Con mis pies inventando pasos tierra abajo,
tomo conciencia de mí mismo,
de que fueron necesarias muchas interminables tormentas,
muchos soles sobre mis brazos y mi cabeza
para que llegaran tú y tus ojos hasta este lugar
y pudiese comprender que no he estado creciendo solo.

Sucede que no sé cuáles dioses son estos,
ni de quién son estas huellas,
ni quién las borrará de la faz de los océanos.

(y sucede simplemente que no puedo romper este silencio...)

Tsze-Chang, el hombre, se tendió una tarde en el jardín de manzanos y vio que todo era perfecto. Que los árboles y sus ramas, así como su cansancio después de la agotadora jornada en el campo de armijo, eran perfectos.

Las cuatro estaciones siguieron su curso y todas las cosas se produjeron continuamente.

Tsze-Chang, el hombre, está mirando el jardín de manzanos, su visión es apacible y tranquila, sus pensamientos claros como el agua. El mundo es pequeño desde allí, cabe todo vertical entre una rama y otra; puede ver, claramente, que es invierno y que estás mirando desnuda el mundo desde tu ventana con tu cara circular deshojada; ve cómo te han dolido horizontalmente sus besos y que sus mordeduras de serpiente han dejado un líquido azul abriéndose paso por tus venas.

Tsze Chang está en el jardín de manzanos.

Las palabras, las palabras..., si todas ellas tomaran un descanso y pudiesen permanecer un tiempo largo acá,
no les quedaría otra que ser alegres.

Puedo convertirme en mago, si quieres, con pocas palabras,
hacer llover un año o dos o tres, con pocas palabras,
traerte el mar.

Tal vez así, con pocas palabras, podrá ser más fácil ver cuánta agua ha pasado por debajo de este puente, en vez de quedarte de ese lado aferrado a tu salvavidas
con pocas palabras,
sin atreverte a cruzar.

Sólo existen dos caminos para llegar hasta allá,
el camino recto, cálido e inmanente de la madera
y el camino frío y sofisticado de los fierros, que por alguna razón, siempre termina doblando hacia la derecha.

Entonces, cuando te canses de brincar de un lado a otro, saltamontes, y te tiendas en el pasto por la noche, después que hayas pegado tu oído a la tierra escucharás los sonidos de la ciudad de los insectos; recién y sólo recién podrás darte la vuelta y quedar boca arriba comiéndote las estrellas. Y eso, eso no es una metáfora. También puedes abrir los brazos todo lo que puedas, separar las piernas y extenderlas mucho hasta que no te duela, y verás lo grande que eres; cuántas estrellas puedes abarcar con tu cuerpo que en realidad son soles, cuántos años luz hay entre un brazo y otro, entre una pierna y otra, entre un dedo y otro. Y eso no es nada, después puedes seguir creciendo infinitamente, hasta donde lleguen tus ojos.

La tierra estaba lejos cuando el árbol sacudió sus ramas,
las hojas quedaron esparcidas por todo el universo, blancas, rojas y grises, en perfecto alineamiento, aguardando su recomposición.

Hay instantes en que pareciera que todo va a desaparecer...
sin embargo, en la penumbra también suceden cosas
y muchas otras tantas en la oscuridad,
más de las que creemos ver a plena luz del día.

Ha sido tan bueno respirar cada día un poco más, tan bueno aumentar así la posibilidad de sumergirme hasta el fondo para ver todo lo que tengo que ver.

Es tan bueno tener la posibilidad concreta del viento traspasando estos mínimos espacios...; así, tan inmensamente posible, tan inmensamente posible como tu corazón, imaginar una raya en el agua.

aquí es donde habito..., en esta madriguera de rayos.

esta madriguera de rayos son todas mis pequeñas cabezas queriendo decodificar lo que está por debajo y por sobre la tierra, por sobre el vapor que es toda el agua contenida pretendiendo elevarse al cielo, los sonidos que salen de las piedras y los techos cuando son golpeados por esa misma agua que regresa en caída libre y me acuna el sueño porque no tengo tus brazos, los fonemas que salen de las bocas de los hombres, la distancia exacta entre el porqué de tu alma y del porqué de la mía, el origen del silencio que precede siempre a las cosas más sutiles y maravillosas, las canciones de los grillos, las preguntas de los niños, la consecuencia de los diferentes colores de las alas de las mariposas, el misterio de la sonrisa de la luna, de la flor de un día y del porqué guardo siempre los fósforos quemados dentro de la misma caja. Todo, todo lo que escribo quiero que salga desentrañado desde este lugar donde habito, de esta madriguera de rayos que son todas mis pequeñas cabezas, de este jardín...

Nada que hacer... si supieras cómo se manifiesta aquí, en toda su magnitud, la falta de deseo... y cómo no necesito ya una voz si para eso tengo la tuya, ni mucho menos un nombre si te pueden llamar por el mío.

Nada que hacer... la vida de la vida es directamente proporcional a la vida de la muerte.